Carta a mi antigua yo

Querida antigua yo:

Gracias por tu espontaneidad y tu irreflexión en los momentos más caóticos de tu vida.

Gracias por ser una que arriesgó, aunque a veces perdiese.

Gracias por tu incorregible perfeccionismo, tus manías organizativas y tu vena Marie Kondo.

Gracias porque nada te importase un rábano, por querer estar elegante (a veces salía bien y otras menos) en las fiestas de guardar y por ser tan correcta con quien querías mandar a la mierda. 

Gracias por entregarte con tanto amor y pasión a lo que te gustaba y a quien te gustaba. Por sentirte libre de largarte y de claudicar. Por mirar los cielos de madrugada soñando con historias imposibles que luego convertirías en realidad.

Ahora que ya no soy tú…

Ahora que todo está manga por hombro, que voy a todas partes con manchurrones de leche en la camiseta, que no soy la madre perfecta en los eventos y que se me olvida hacerme el bigote cada dos por tres. 

Ahora que se me olvidan los cumpleaños, cuándo renovar el seguro del coche o ahora que sólo me preocupa poner lavadoras.

Ahora… Ahora soy una versión mejorada de esas pequeñas excentricidades y esta versión mejorada no hubiese sido posible sin haber aceptado el monumental desastre en el que me he convertido gracias a la llegada de R. 

Gracias por darme Libertad, así en mayúsculas, querida antigua yo. Te despido con un abrazo y un amor profundo y sincero. Abrazo a esta nueva yo, que intento reconocer y resituar cada día. Y cada amanecer es un paso más en este gran abrazo que me doy. 

Me quiero.

Atentamente,

Tu nueva yo. 

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