Madrid, siempre vuelvo a Madrid.
Madrid es contener la respiración y abrir mucho los ojos.
En dos de mis puerperios estuve en Madrid.
No deja de asombrarme la explosión de luces y de color. Los carteles luminosos, el ruido, la música y el calor humano.
Bajar al subsuelo y el calor de la tierra. Los cuerpos enlatados.
C’èst magnifiquè! La altura de los edificios y los diseños intrincados de los techos.
Paramos en Sol y me entra una angustia que me agarra el estómago. Qué fácil serÃa que mi hijo saliese corriendo y se perdiese entre la gente; que alguien se lo llevase. Dudo de mi cordura por un momento, lo digo en voz alta, ¿este miedo le pasará también a otras madres?
Madrid no es una ciudad para la infancia.
Volver a Madrid es volver a un abrazo. Al abrazo de mi comadre. Al abrazo de muchas otras comadres. También al fantasear qué hubiese sido de nosotros si siguiésemos en aquel pisito lleno de humedades con azulejos de Agatha Ruiz de la Prada en Carabanchel Alto. Qué hubiese pasado si nuestro hijo hubiese nacido en Madrid.
Volver a Madrid también es conversar con mis comadres sobre sus vidas con y sin criaturas, sobre los precios del alquiler y el horror vacui de la vivienda, la gentrificación, la lucha de clases y cómo las élites están destrozando esta ciudad, esta Comunidad.
Vuelvo a mi aldeita en Asturias y me tomo el cafetito escuchando a la oveya. En nada pasará por aquà Doña Rosita, a preguntar cómo estamos.
Miro dentro y mi cuerpo respira, por fin, profundo.