Nuevas paternidades
“Es buena idea para toda persona deconstruida, intentar ubicarse en la nueva normalidad”.
No soy hombre. No soy padre. Premisas básicas de perogrullo que considero esenciales para empezar este post. Tampoco me gusta hablar de ellos, porque se ha hablado menos de nosotras en la Historia. Hoy vamos a hacer una excepción.
Anoche, en uno de mis espacios seguros, hablábamos sobre las dificultades que supone la maternidad y la paternidad en las relaciones de pareja. En síntesis: dejas de ser tú y de tener tiempo para lo más básico (ir al baño, comer, asearte) para tener a una criatura dependiendo y sobre ti 24 hs. al día, 7 días a la semana.
Ante este panorama, es fácil que el vínculo de la pareja se resienta. Entre lavadoras y cacerolas, ya no hay tiempo para los abrazos. Los besos se consiguen furtivamente antes del “buenas noches, te quiero” y el sexo -si es que consigues separarte de la criatura- es algo a nivel ninja pro. Algo sobre lo que Galeano seguramente escribiría en uno de sus textos.
¿Y qué ocurre con los padres? ¿Ellos también viven un posparto? ¿Qué ocurre en sus cerebros cuando tienen una criatura? ¿Hasta qué punto vivencian la paternidad? La maternidad nos coloca en lugares que no imaginábamos. ¿Lo hará la paternidad también?
Aquí una verdad incómoda que escuece: la paternidad no es como la maternidad. Ellos no han llevado dentro la criatura, no han tenido el mismo miedo atravesándote entera cuando dejabas de sentir patadas por un rato dentro de la barriga, no han vivido igual ese miedo a que pueda ocurrir algo a la criatura en el parto, no han sido atravesados por las contracciones., no han parido y de sus cuerpos no ha salido una vida. Sí, nos han podido acompañar, cuidar, sostener y querer pero nunca, nunca, será la misma experiencia vital.
Dicho esto, debe ser realmente complicado reubicarte siendo hombre en la paternidad. Nos guste más o menos y por muy deconstruidos que estén, todos han/hemos crecido en la misma estructura patriarcal. Y ahora, a un nivel inconsciente, están ahí ellos siendo “despojados” de su lugar (como hombre, como pareja, como figura de referencia o alfa en la estructura familiar) por una criatura que ellos mismos han ayudado a crear. Pero es que además les obliga a colocarse en el lugar de los cuidados, que ha sido siempre el de las mujeres (por mandato patriarcal). Y para remate, esa criatura toma posesión del cuerpo de su pareja cuando le place. Es un delirio.
Preguntamos por la criatura (¿duerme? ¿se “porta bien”? ¿come?) y a la madre (“¿tú cómo estás?”). Nadie pregunta al padre, que se queda en el vacío que supone ser colocado en ese nuevo rol sin manual de instrucciones. Porque oye, nosotras tenemos -a veces- nuestro instinto. El padre queda en silencio, relegado, invisibilizado.
Qué compleja esta vivencialidad y qué pocas respuestas a su dimensionalidad. Menos mal que ciertos delirios funcionan mejor cuando son compartidos. ¿Celebremos? la neurosis colectiva.